martes, marzo 06, 2007

Se va, se va,... se fué.

Hay un cuento, sufí, me parece, pero quizás de la tradición zen, que dice que había un noble, tal vez un Rey, que sufría a veces de melancolía, y que cuando caía en esos estados, grande era su sufrimiento; tanto, que más de alguna vez quiso morir. Entonces llamó a los sabios, a los médicos, a los magos buscando alguna solución para su mal. Nada. Hasta que apareció uno que dijo tener un remedio: y escribió algo en un papel que guardó en un cofre que le dió al noble diciéndole: "No lo abras hasta que estés en medio de la melancolía. Entonces léelo y aprenderás una verdad magnífica". Pasó el tiempo y nuestro personaje tuvo un nuevo episodio de esa tristeza abismal. Y recordó su cofre y aquel papel guardado. Lo buscó y leyó lo siguiente: "Ya pasará, mi Rey; ya pasará."

* * *

Sí, pues. El poder de la melancolía es tan grande, que cuando estamos en ella cuesta verla como lo que es: un estado transitorio, no más que unas gafas que de pronto nos tiñen de gris o de sepia el paisaje. Que ya pasará.
Por eso, cuando de pronto nos liberamos, la experiencia del despertar es tan profunda; es como volver a ver las cosas por primera vez.
Esta semana he tenido tres pacientes que me han compartido su experiencia del despertar. Una niña me decía qué rara se sentía, que ¡puf! había simplemente desaparecido un peso negro que cargaba ya tanto tiempo, que había llegado a creer que ella era así. Lo descubrió un día que ya no quiso ponerse una prenda negra -el único color que usaba. Otro se sorprendió tarareando una canción que no oía desde niño. A una madre su hijo le dijo: "Mamá, cuánto tiempo que no te reías conmigo".
¿Qué pasó? ¿Cómo ocurre este cambio? Ni idea, la verdad. Lo cierto es que de pronto simplemente allí donde había tristeza ahora hay alegría, donde había resignación ahora hay esperanza y entusiasmo, donde había esa lúgubre galera del resentimiento, ahora hay paz y una clara luz. Un maestro de la terapia decía que la salud no requiere explicación sino gratitud. Y esa es, por lo general, la única invitación que les hago a mis pacientes -ya a punto de ser mis expacientes: que vivan la gratitud, que entonen cánticos de alabanza a Dios o a la vida. Que lo disfruten.

Encontré esta canción/poema, para cerrar este post. Si la cantan, mejor:


Se va, se va, se fué.(Música: Ben Sidran/Letra: Jorge Drexler)

Con el anhelo dirigido hacia tí
yo estaba solo, en un rincón del café
cuando de pronto oí unas alas batir
como si un peso comenzara a ceder
se va,
se va,
se fue...
Tal vez fue algo en la puesta de sol,
o algún efecto secundario del té,
pero lo cierto es que la pena voló
y no importa ya ni siquiera por qué,
se va,
se va,
se fue...
Algunas veces, mejor no preguntar,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
hay que pensar que la tristeza también
se va,
se va,
se fue...


Vale.

(tuve un problema técnico y no he podido poner la canción aquí. Ya vendrá)